Este domingo Rafael Nadal conquistaba su segundo Wimbledon, su torneo favorito según él mismo pese a los cinco triunfos en Roland Garros. Ocho torneos de Grand Slam, dieciocho Masters 1000, tres Copa Davis y un oro olímpico son el bagaje del número uno del mundo con veinticuatro años recién cumplidos. Es la segunda vez que el mallorquín hace el doblete en París y Londres en el mismo año, récord sólo superado por las tres veces que consiguió esta gesta Björn Borg. Precisamente es el jugador sueco el que analiza a Nadal en las páginas de El País.
"De Nadal me impresiona todo", admite Borg, la melena rubia convertida en gris pelambrera. "Me impresiona su concentración, su capacidad para fijarse objetivos, que cada punto que juega sea como un punto de partido", continúa el ex número uno, ganador de cinco torneos de Wimbledon. "Por eso es un campeón. Restó increíble ante el saque de Berdych. No me sorprende. Es el número uno. Puede ganar el Abierto de Estados Unidos, absolutamente: parece más fuerte, saca mejor, tiene la confianza a tope... tiene, definitivamente, una buena oportunidad. Va a ganar muchísimos grandes más porque le quedan muchos años de carrera", añade. "No es solo su movimiento, que es increíble, sino que gana todos los puntos importantes, todas las pelotas cruciales. Eso es lo que hace de él un campeón".
Cuando Rafael Nadal gana 6-3, 7-5 y 6-4 al checo Tomas Berdych, cuando el mallorquín logra su segundo Wimbledon, que es su octavo título grande con 24 años, hay que estar cerca, muy cerca, para sentir cómo queman las chispas que despiden los ojos azul acero del sueco Bjorn Borg, el hombre de hielo; cómo grita su orgullo roto; y cómo tiene ganas de marcharse a toda prisa el titán de los años 70 y 80, que cinco minutos antes de la final predijo que el número uno sería un muñeco roto en manos de un gigante destructivo. Eso, sin embargo, es antes de la voltereta con la que Nadal celebra su victoria. Eso, en cualquier caso, es antes de que el español dé una clase maestra al resto, Berdych reducido a cenizas, un saque que era un misil convertido en una pistolilla de agua. Y eso, en definitiva, ocurre antes de que el mallorquín, brutal con la derecha e inteligentísimo con el servicio, tome al asalto Londres y conquiste Wimbledon. Impresionante, ¿no?
Cuando oscuras nubes de lluvia empiezan a ocupar el lugar del sol en el cielo, cuando el viento empieza a cuchichear malos consejos a los oídos de Berdych, un gigantón que somete cada uno de sus saques al peligro de sus soplidos, tan alto se tira la pelota, tan larga es la palanca de su servicio, aparece la única oportunidad del checo. Es el juego que decide el partido. Nadal ha ganado 6-4 la primera manga. Saca al arranque de la segunda, y tiembla. Son dos dobles faltas en el mismo juego. Son tres bolas de break concedidas. Son cuatro deuces. Son los gritos de Berdych y sus muecas truculentas para liberar de tensión la mandíbula y la barbilla. Y son los ánimos de su banquillo y su tremenda raqueta amenazando como la guadaña amenaza al trigo.
Nadal vive todo eso entre los lejanos ánimos que le lanza en mallorquín su gente ("¡Positiu!"), solo ante el peligro. Manda parar a los fotógrafos, que llenan de chasquidos cada uno de sus servicios ("Stop!"). Y cuando salva ese juego, cuando acaba por negociar una segunda manga menor con respecto al resto del partido, ya es suyo el encuentro, ya es suyo el doblete Roland Garros-Wimbledon, y ya se sabe por qué Borg, de los más grandes de siempre, está herido.
El sueco pasó a la historia capitalizando un doblete que parecía imposible: Roland Garros-Wimbledon. El ex número uno creó su leyenda sobre la unión de la tierra y la hierba, el cambio más radical de superficie, el más doloroso para las articulaciones, el ánimo y los galones, porque solía humanizar a los titanes de la arcilla igual que bajaba los humos al otro lado a los guapos reyes de la hierba. Y Borg, titán tremendo, vio ayer cómo Nadal sumaba por segunda vez ese doblete, también logrado el año pasado por el suizo Roger Federer; cómo el español sobrevivía a un cuadro malicioso, que le ofreció dos partidos a cinco sets; y cómo, lanzado por un partido que subrayó su carácter en los puntos decisivos, llega al Abierto de Estados Unidos, salvo imprevisto, como el gran favorito.
Antes de despedirse, Borg emite su último veredicto: "Para mí, Federer es el mejor de todos los tiempos". Hoy y ahora tiene razón Borg, que guarda merecido respeto a un campeón como ninguno, inmenso, legendario y eterno. Mañana, quién sabe: Nadal tiene 24 años, ocho títulos grandes y mucha muchísima hambre.
Hace 11 años
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