viernes, 31 de agosto de 2007

Del Fosbury Flop al tijeretazo de Thomas

El nuevo campeón del mundo de salto de altura llegó a esta especialidad hace 18 meses por una apuesta.

Hace dieciocho meses, Donald Thomas no sabía qué era eso del salto de altura; que las zapatillas llevan clavos; que la barra se cae con un suspiro; que hay que mezclar velocidad, potencia, sutileza y técnica; que los muelles de sus piernas escondían oro. Entonces, se dedicaba al baloncesto y a ganar concursos de mates saltando "desde la línea de tiros libres". A estudiar márketing y contabilidad en la universidad de Lindenwood. Y a cruzar apuestas con sus amiguetes del equipo de atletismo en la cafetería. "Uno, saltador, me dijo que no podía saltar 1,82 metros", recordó ayer el bahameño, de 23 años, ganador en Osaka con 2,35; "los salté y, a los dos días, debuté en una reunión con 2,20 con pantalones y zapatillas de basket. Fue en 2006".



Thomas ha derribado estantes enteros de las librerías deportivas. Su técnica obliga a revisar páginas y páginas de los manuales. Tiene un sentido del espectáculo único. Su conexión con el gentío es excepcional. Su planteamiento, eléctrico. Y su estilo, extravagante. Desde Dick Fosbury en los Juegos Olímpicos de México nadie había innovado tanto en el salto de altura. El mundo del atletismo, ya habla del tijeretazo de Thomas; del estertor, el espasmo y el calambrazo que sacuden sus piernas sobre la barra. Arturo Ortiz, el mejor español, prefiere hablar del fosbury masai: "Es un toque de atención para los técnicos. Llevan años centrados en mejorar la carrera de aproximación y él ha demostrado lo importante que es la batida, la detente vertical".

Con el bahameño triunfa la clase salvaje. "Es un talento natural", opina Curt Hollingsworth, su descubridor; "lo fundamental es la batida. Eso es velocidad y fuerza. Él las tiene. Nunca se entrenó". En Thomas todo es casual. Su llegada al salto de altura. Su técnica. Y sus zapatillas, propias de un pertiguista, sin clavos en el talón. Su aparición, por fulgurante y poco trabajada, es dolorosa para sus rivales. Todos los derrotados ayer llevan una vida entera estudiando los detalles de una liturgia que enfrenta al hombre con la imposibilidad del vuelo. Son larguiruchos inflexibles, patilargos con espíritu de planeador. Thomas, no. Es una bomba que lo basa todo en el impulso. "Me entreno cinco horas a la semana", explica; "sería genial hacer una película con esto".

Fuente: ELPAÍS.com



Dick Fosbury, México 1968



Donald Thomas, Osaka 2007

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