martes, 4 de diciembre de 2007

Ramón Cabrero, entrenador, símbolo y maestro

En su lista de campeones, el fútbol argentino debe hacerle lugar a un nuevo miembro. El domingo Lanús se convirtió en el decimoquinto equipo que obtiene un título argentino de la máxima categoría al hacerse con el Torneo Apertura; el antecedente inmediato era Argentinos, en 1984. Al frente del equipo, Ramón Cabrero, Ramonín, para el que Lanús es como su casa. Fue un jugador de talento, modeló al plantel actual en Inferiores y este domingo rió y lloró en plena cancha.

El primer capítulo de la historia de Ramonín es común a la de cientos de hijos de inmigrantes: padres gallegos que huyen de España corridos por la guerra y el hambre, tesonera búsqueda en América, a principios de los 50, en pos de cumplir el sueño de un techo de chapas pero propio, guisos y pucheros suculentos para sostener el esfuerzo de las largas jornadas de trabajo, huerta en el fondo —con gallinero y árboles frutales incluidos— para bancar el día a día con producción propia.

Los Cabrero, con Ramonín próximo a cumplir los cuatro años, partieron de Santander con el corazón mirando al sur. Por eso se afincaron en Lanús. Ahí, donde aún continúa viviendo, en el barrio de toda la vida, siguió edificando su vida el hombre que le rasqueteó a Lanús la pátina de equipito de vuelo limitado, pibes livianitos que juegan lindo, ¿viste? son más fulbito que otra cosa para pintarlo de campeón. Campeón de Primera por primera vez.



Ramonín es también, para algunos, el Gallego. Ocho finoli de Los Albañiles —una opción de Martín Esteban Pando— cuando "Manolo" Silva y el "Paragua" Acosta se llevaban las pocas notas y los mejores títulos que la prensa le dedicaba a ese inolvidable equipo, por lo bien que jugaba, del segundo lustro de los 60.

Si para Fito Páez hubo "amor después del amor", para él siguió el fútbol después del fútbol. Cuando se terminó la etapa de hábil pisador por la derecha, feligrés de la religión del toque, a él le llegó el ciclo de entrenador. Y a remarla desde abajo, a pulmón, como corresponde al mandato de los inmigrantes.

El Ascenso lo tuvo por una década yendo y viniendo. Colón, Lanús en dos etapas, Deportivo Maipú de Mendoza, Central Córdoba de Santiago del Estero. ¡Y Deportivo Italiano! "Hasta esto que logramos con Lanús, lo mejor que hice como técnico", dice Ramonín" cuando recuerda ese equipo con Alejandro Lanari en el arco, Daniel Díaz de baluarte defensivo, Marcos Capocetti liderando la mitad de la cancha y Víctor Lucero de goleador. Ese equipo de Italiano que el 24 de junio de 1986, en la cancha de Vélez, ascendió a Primera y mandó a Huracán al Nacional B.

Menos blando de lo que parece, él no oculta sus verdades: "Conmigo, el que no acepta ir al banco no juega". A Rodrigo Archubi, a quien había ayudado a formar en las Inferiores, le dio una lección de vida cuando lo separó del plantel por no aceptar ser suplente. Pero Ramonín cree que la decisión más pesada en el fútbol la tomó a los 34 años, cuando en Lanús limpió a Antonio Labonia, un ex River que se creyó intocable y lo puteó cuando él decidió cambiarlo.

Tiene al negro como color preferido y ninguna comida puede destronar al asado del primer puesto en su paladar. Noemí María es su mujer desde que él tenía 22 años y ella, 17. El fútbol lo recuperó después de que el menemato lo ayudara a fundir un negocio de ropa sport que le dio de comer entre 1990 y 1995. Diego Maradona es su número uno indiscutible y elige a Luis Aragonés —fue compañero en el Atlético Madrid— como el mejor que jugó a su lado. Es Ramonín, el de Lanús. El que siempre devuelve los llamados. El que compra los ravioles en la casa de pastas de la otra cuadra. El que va a La Diva, frente a la estación de trenes, y se toma un cortado, o varios, hablando de fútbol con quien cuadre.

Todo eso habita dentro del hombre común que el domingo lloró en La Bombonera con la medalla de campeón colgada del pecho.

Fuente: Clarín.com

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