Entre lágrimas se apagó una de las sonrisas más perennes del tenis mundial: Martina Hingis, la número uno más joven de la historia, deja la raqueta sacudida por un positivo por cocaína que nubla una carrera marcada por la velocidad.
Alcanzó el número uno con poco más de 16 años, se retiró a los 22, regresó a los 25 y hoy, con 27, la "reina precoz" se marcha entre tinieblas y con una larga lucha por delante para demostrar su inocencia. "Estoy frustrada y enfadada. Creo que soy absolutamente, al cien por ciento, inocente", dijo en Zúrich.
"Considerando esta situación, mi edad y los problemas de cadera, he decidido no jugar más en el circuito", agregó. La vida de Martina Hingis es una historia que el destino quiso unir al tenis. Era septiembre de 1980, Kosice, en la entonces Checoslovaquia, y Melanie Molitor vivía con pasión los logros de su compatriota Martina Navratilova. Nació su niña y la llamó Martina, con la intención de que se convirtiera algún día en otra Navratilova.
Hingis no llegó a ser nunca Navratilova, pero batió récords de precocidad en el mundo del tenis, marcas que la hacen formar parte ya y para siempre de la historia del deporte de la raqueta. Con 16 años y cuatro meses se convirtió en la jugadora más joven de la historia en ganar el Abierto de Australia, en 1997. En marzo de ese año se transformó en la número 1 más precoz del tenis de todos los tiempos. Tenía 16 años y seis meses. Ganó cinco títulos de Grand Slam (tres Abiertos de Australia, un Wimbledon y un US Open), jugó siete finales más de los "grandes", y un total de 40 títulos.
Primera retirada en 2002
En 2002, con tan sólo 22 años, anunció su retirada por unos dolores en el pie izquierdo que no remitieron pese a la cirugía. Hingis volvía a batir un récord de precocidad. Tras casi tres años de olvido, apartada del mundo del tenis en el que había sido amada y odiada a partes iguales y donde ya no ejercía un papel dominante, se planteó su retorno a un circuito femenino ávido de jugadoras con carisma.
Navratilova se retiró y regresó al tenis. Hingis, como no podía ser de forma, siguió los pasos del espejo que siempre le pusieron delante. La suiza se ganó el cariño de muchas compañeras, pero nunca el del gran público, que la vio como la niña prodigio que iba a acabar con el reinado de las admiradas Steffi Graf y Monica Seles.
La espina de Roland Garros
Ni el público ni la prensa simpatizaron del todo con ella, a pesar de su sonrisa permanente. La final de Roland Garros, torneo que nunca ganó, fue en 1999 un claro ejemplo. Ganó el primer set a Graf y dominaba 2-0 el segundo cuando protestó al juez un punto.
A partir de ese momento el público de la cancha Philippe Chatrier comenzó a abuchearla, y poco a poco la adolescente suiza fue perdiendo el control de un partido que prácticamente era suyo. Quince mil personas gritando, silbando, ovacionando cada error de Hingis y apoyando a la idolatrada Graf. Perdida la final y presa de la rabia, realizó un drop con su primer servicio y la central de París terminó de explotar. A partir de ese día ya no fue la misma jugadora, y no ganó ningún Grand Slam más.
La segunda etapa
En 2006 regresó. Atrás quedaba su imagen de adolescente caprichosa y "niña de mamá". Se presentaba madura, serena, tranquila consigo misma. Lo había sido todo, lo había ganado todo (excepto Roland Garros) y sólo buscaba disfrutar. "Lo que más me gusta es haberme dado a mí misma otra posibilidad de competir con las mejores jugadoras", dijo en una entrevista antes del Masters de Madrid del pasado año, con el que culminaba con éxito su año de retorno.
"Estoy en paz conmigo misma. Cada torneo que puedo jugar es a esta altura un triunfo para mí", añadió sin reprocharse no haber ganado Roland Garros, ni siquiera cuando la croata Iva Majoli impidió que consiguiera el Grand Slam en 1997 al batirla en la arcilla parisina. El año 2007 comenzó bien. Tras llegar a cuartos de final en el Abierto de Australia, ascendió al sexto puesto del ranking, la mejor clasificación obtenida desde su vuelta.
Los problemas físicos
Pero ahí se acabó todo por los frecuentes problemas de espalda y de cadera que la forzaron a cancelar la participación en varios torneos. Otra vez los problemas físicos, como en 2002. Y es que Hingis no podía competir en cuanto físico, ambición y entusiasmo con la belga Justine Henin, las hermanas Venus y Serena Williams, las serbias Ana Ivanovic y Jelena Jankovic o el "ejército" de jugadoras rusas.
Tras ganar a principios de febrero en Tokio su título número 43 -el tercero tras su retorno-, la suiza no levantó ningún trofeo más. Desde entonces no ganó mas de dos partidos seguidos. Su último encuentro lo disputó el 19 de septiembre en Pekín.
Pero no sólo había problemas físicos. Había algo más, un secreto revelado hoy. Hace siete años, cuando era aún número uno, aseguró que había que "imitar al atletismo, que hace pruebas de dopaje todo el tiempo". Una de esas pruebas empaña ahora su final. Un "match point" que Hingis quiere superar.
Hace 11 años
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