Justine Henin reaccionó a tiempo y derrotó a Maria Sharapova por 5-7, 7-5 y 6-3 en la final más larga de la historia del Masters femenino. Es su décimo título esta temporada, entre ellos los Grand Slam de Roland Garros y el Abierto de Estados Unidos. En Madrid, la belga de 25 años se coronó por segundo año consecutivo, en un partido que se extendió por 3 horas y 24 minutos.
Justine Henin ha tenido que solventar vaivenes personales y profesionales para alcanzar la estabilidad necesaria que la situara en la cima del tenis mundial. Ha terminado definitivamente con la maldición de finalista que le persiguió el pasado año, cuando a pesar de terminar victoriosa en este mismo torneo y acabar como número uno no pudo desligarse de la frustración de haber cedido tres de las finales de los eventos grandes.
Asimiló un divorcio hace casi un año, se casó con Pierre-Yves Hardenne con tan sólo 22 años y en junio cumplió los 25, y decidió poner orden a su agitada situación. Volvió con su familia de la que se emancipó con catorce años por considerar insoportable la presión de su padre. Ha vuelto con él y con sus hermanos. Uno de ellos, David, sufrió un grave accidente de tráfico. Eso fue lo que precipitó las cosas. Centrada en la pista su paso por el 2007 fue meteórico. Recuperó el número uno del mundo que provisionalmente cedió al principio del curso a Sharapova, finalista en Australia. Y fue ganando torneos.
Antes de lograr su segundo Masters y su segundo Abierto de Estados Unidos, Henin conquistó otra vez París. Su cuarto título en la capital francesa. Disputó la semifinal de Wimbledon. Nada que ver con la leyenda negra que le amenazó en el 2006. No ofrece dudas la autoridad de la belga. Capaz de sobresalir a cualquier contratiempo, personal o deportivo, que amenacen sus pulsaciones competitivas.
En pleno apogeo del músculo, cuando la fortaleza se cotiza al alza y las raquetas ansían el perfecto equilibrio entre la velocidad y la potencia, la tenista de Lieja ha logrado relativizar los nuevos principios que auxilian a las nuevas atletas para salir de Madrid con otro título de enjundia en el bolsillo. Ya lo hizo hace un mes, cuando salió airosa de Nueva York tras conquistar el séptimo Grand Slam para su historial después de once finales jugadas. A base de talento. Tras superar, entre otras, a las Williams, Venus y Serena, impulsoras de la fortaleza como teoría en competición.
Una tenista diferente
Justine apenas levanta 167 centímetros del suelo y procura no sobrepasar los 57 kilogramos. Trazos distantes de los brazos armados que meses atrás ofrecían las estadounidenses o la francesa Amelie Mauresmo, de baja en Nueva York. También está al margen del glamour de Maria Sharapova y la emergencia de sus compatriotas rusas.
Henin está en la otra orilla de esos asuntos. Distante del reclamo social y popular que demandan sus rivales y permanentemente ausente del encanto de las pasarelas. La belga, sin embargo, juega como nadie. Es una cuestión de talento. El que le ha convertido como dominadora del tenis mundial.
Anda feliz ahora la jugadora de Lieja después de superar los sinsabores de su reciente separación matrimonial a principio de año y una vez olvidado el virus que le apartó del tenis en 2005, poco después de que se enganchara a la elite del circuito. Ya en 2003 fue número uno por primera vez. Hace tiempo que Henin ha empezado a recolectar éxitos. Desde que cogió por primera vez una raqueta a los cinco años y los oficiales de la Federación Belga se interesaron en ella.
En esas instalaciones, que dirigía el argentino de nacimiento Eduardo Masso, Henin pulió su tenis hasta que a los 14 años decidió contratar a otro argentino como su entrenador personal, Carlos Rodríguez, del que suele decir que es alguien de la familia más que su técnico: "Es como mi padre, como mi hermano". No la dejó sola en Madrid, un lugar para el recuerdo de la belga, donde implantó su absolutismo antes del traslado del Masters a Doha.
Hace 11 años
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