El recién finalizado Open de Australia marca un antes y un después en la historia reciente del tenis. Por primera vez después de tres años ni Roger Federer ni Rafael Nadal han estado presentes en una final de Grand Slam. El serbio Novak Djokovic se apuntó su primer gran título al vencer en la final al francés Jo-Wilfried Tsonga por 4-6, 6-4, 6-3 y 7-6 (2). La temporada 2008 promete ser apasionante. Antes de la próxima gran cita, Roland Garros, habrá muchos torneos donde se podrán ajustar cuentas. Pero por ahora el que ha golpeado primero ha sido Novak Djokovic.
"¡Aquí voy a estar yo, aquí, aquí, con todos ellos!" No había pasado ni media hora de su éxito en el Abierto de Australia, y Novak Djokovic ya saboreaba las consecuencias de la gloria.
El serbio recorría un pasillo tapizado con fotos de los anteriores campeones del torneo, y rozó con sus dedos las de Stefan Edberg y Mats Wilander, feliz por haberse unido al exclusivísimo club de ganadores de Grand Slam.
Djokovic se ha convertido en el jugador número 50 de la era profesional del tenis en conquistar un grande, en el primer serbio en lograrlo, y en el campeón más joven de la historia del torneo, desplazando al estadounidense Jim Courier.
Era su revancha tras haber perdido en septiembre la final del US Open. Revancha en dos actos. El primero, en semifinales, demoliendo al suizo Roger Federer, su vencedor aquella vez en la definición de Nueva York, y cortándole así la posibilidad del 'Golden Slam'. El segundo, en la final, porque supo cumplir con el papel de hombre más experimentado, pese a que con sus 20 años tenga dos menos que el francés Jo-Wilfried Tsonga.
Djokovic, hasta ahora el "tercer hombre", es ya toda una realidad. Con Federer y el español Rafael Nadal simultáneamente fuera de la final -algo que no sucedía en Grand Slams desde hacía tres años-, el éxito de Djokovic abre la perspectiva de un muy atractivo 2008. La lucha por el uno ya no es sólo cosa de dos.
Djokovic sabe parecer espontáneo, pero no lo es: cada acto, cada frase, está calculada al milímetro. Pocos como él a la hora de controlar su imagen. Todo un mérito en un circuito en el que las estrellas no siempre hacen de la buena educación una norma.
Sus imitaciones de jugadores son ya leyenda en YouTube, para disgusto de muchos de sus colegas. Fanático del fútbol, idolatra al argentino Diego Maradona, al que le extendió una invitación para que este año vaya a visitarlo a cualquier torneo del mundo.
Nació en Belgrado, pero pasó mucho tiempo de su adolescencia en Kapaonik, un centro de esquí en Serbia en el que su padre tiene una pizzería y panquequería. No quiere nombrarlos, pero dice conocer jugadores a los que no les gusta el tenis: "A veces veo a algunos que juegan sólo por dinero".
El año pasado en Nueva York cenó con Robert De Niro, contó en su 'box' con el apoyo de la rusa Maria Sharapova -llegó a hablarse de un noviazgo- y sintió por primera vez que era una estrella. "Trato de mantener un balance, de ser normal".
Pero Djokovic no es normal, porque está tocado con la varita mágica del tenis. A diferencia del 99,99 por ciento de la humanidad, él sabe que puede ser el mejor en su especialidad. Y en pos de ese objetivo no desprecia ninguna ayuda.
Mientras su familia saltaba y se abrazaba en la tribuna, Djokovic se arrodilló y beso el piso azul que lo elevó a la gloria. En las gradas, un cartel sostenido por fans serbios le marcaba la misión: "¡Vamos Nole! Serás número uno pronto, por la voluntad de Dios".
Hace 11 años
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