Marion Jones, la atleta más glamurosa de los últimos años, fue sentenciada ayer en White Plains (Nueva York) a seis meses de cárcel por mentir a las autoridades sobre el uso de anabolizantes y participar en una estafa con cheques.
"Le pido que sea lo más misericordioso posible", le suplicó Marion Jones al juez Kenneth Karas para que no la separara de sus dos hijos ni siquiera "un corto período de tiempo". Pero el juez no le hizo caso y le impuso la pena máxima posible, según el acuerdo al que Jones y sus abogados habían llegado con la fiscalía. La velocista, ganadora de cinco medallas en los Juegos de Sidney 2000, que ya ha perdido, se declaró culpable en octubre.
Karas fue inflexible y en su intervención justificó la sentencia por "la necesidad de promover el respeto de la ley". Hasta en eso, dentro de tantos tramposos que pululan por el deporte estadounidense, ha tenido mala suerte la atleta, que se ha visto metida en una vorágine de errores en los últimos años de su vida. Declararse culpable y admitir todas las equivocaciones no la han salvado.
Marion trató de enternecer al juez hablando siempre de sus hijos: "Mi pasión en la vida siempre ha sido mi familia. Sé que se acerca el día en que mis hijos me preguntarán sobre lo que ha pasado y seré honesta y sincera. Los guiaré y educaré para que no cometan los mismos errores". Cuando oyó la sentencia se echó a llorar y apoyó la cabeza en el hombro de su actual pareja, el también velocista Obadele Thompson, que ganó para Barbados el bronce en los 100 metros de Sidney. Con él vive en Austin (Texas) y tuvo su segundo hijo, tras el mayor, Monty, fruto de su relación con Tim Montgomery, que también perdió por dopaje su récord mundial de 100. Marion mintió al decir que no sabía nada sobre la participación de Tim en un fraude para cambiar millones de dólares en cheques robados y falsos.
Tampoco sirvieron de nada los alegatos de sus abogados pidiendo clemencia. El mea culpa no podía ser más elocuente buscando ante el juez la evidencia de que bastante castigo público había sufrido ya: "Ha pasado de ser una heroína americana a la vergüenza nacional. El desprecio de un país que la adoraba y su caída en desgracia han sido ya castigos duros. Ha sido desposeída de sus medallas, de sus resultados, y ha perdido la salud y su prestigio público". Incluso para evitar más escarmiento, su defensa usó cartas de amigos y de Thompson, su marido, en las que se hablaba de su abnegación al colaborar en obras sociales.
Jones ya es otro juguete roto y con estrépito. La mejor velocista no pudo más, tras años de negar lo que parecía una evidencia por el sucio entorno que la rodeaba, y en octubre de 2007 empezó confesando por carta a sus familiares y amigos que se dopó en su preparación para los Juegos de Sidney 2000. Allí ganó cinco medallas, tres de oro (100, 200 y relevo 4 x 400) y dos de bronce (4 x 100 y longitud). Fue su último asombro olímpico con distancias siderales sobre sus rivales. Casi como hizo Florence Griffith en Seúl 88, a quien no le dio tiempo a confesar cómo cambió su cuerpo en un año y pudo lograr marcas aún más extraterrestres. Marion sólo pudo acercarse (10,49s-10,65s en 100 y 21,34s-21,62s en 200). Luego todo empezó a torcerse, hasta terminar en la ruina. Para frenar su cuesta abajo no le quedó más remedio que declararse culpable de mentir, no sólo a agentes federales al proclamar su inocencia, sino en otras operaciones financieras frustradas.
La confesión y sinceridad de Marion, la espigada chica imbatible al final del siglo XX, le trajo otras inevitables consecuencias. Jones ya devolvió las cinco medallas olímpicas ganadas en Sidney. Tanto la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) como el Comité Olímpico Internacional (COI) borraron a la estadounidense de sus listas de ganadores tras su confesión de doping. Además, debe reembolsar a la IAAF las cantidades cobradas por premios y participación, que se estiman en unos 700.000 dólares. Según informaciones de prensa, la otrora millonaria se halla en dificultades económicas. El pasado mes de junio declaró poseer sólo 2.000 dólares en efectivo. A Marion Jones, de 32 años, el sueño americano se le ha convertido en pesadilla.
Hace 11 años
Yo que Marion, jamas hubiera confesado.
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