El neozelandés Edmund Hillary, que acompañado del sherpa Tenzing Norgay, se convirtió en el primer alpinista que encumbró el Everest, ha fallecido hoy en Auckland a los 88 años de edad. Sebastián Álvaro, director de Al filo de lo imposible, hace una semblanza del mítico escalador en El Mundo.
Ha muerto uno de los grandes héroes del siglo XX, el neozelandés Edmund Hillary. Cuando era niño siempre soñaba con imitar a estos pioneros que nos ayudaron a conocer las montañas más altas de la Tierra, a comprender, en definitiva, el planeta en el que vivimos y, de paso, los límites de la Tierra y los del ser humano.
El Everest ha sido considerado como el tercer polo, junto al Norte y el Sur, es decir, el punto más alto del planeta, ese lugar que, recordando a Shakespeare, es donde se forjaron esos aventureros hechos "de la misma substancia de los sueños". Sin duda, si nuestra serie documental existe y ha tenido tan larga y fructífera vida se debe al ejemplo de pioneros como él, que nos enseñaron a las siguientes generaciones cómo el Himalaya podía ser más que un magnífico reto, un territorio acogedor de historias, sueños y aventuras.
La prensa mundial se ha visto conmocionada por la muerte de este apicultor que alcanzó la gloria mundial por haber sido el primer ser humano en alcanzar, junto al sherpa Norgay Tenzing, la cima más alta del mundo, el Everest. La noticia se difundió en Inglaterra el mismo día que coronaban a Isabell II y tuvo un extraordinario impacto, quizás sólo comparable al que tuvo la llegada del hombre a la luna.
Eran los esplendorosos estertores de un imperio que dejaba de serlo y el nacimiento del último gran héroe del siglo XX. Un país desangrado por la Segunda Guerra Mundial vivió aquel triunfo de 1953 como un logro nacional que les devolvía el orgullo colectivo y, sobre todo, significaba la esperanza en un futuro mejor. No deja de ser paradójico que la conquista del Everest, siempre estará rodeada de incertidumbre ya que no sabremos nunca con certeza si fueron Hillary y Tenzing o quizás fueran George Mallory y su compañero Andrew Irvine en 1924.
Por otro lado, como hemos comprobado en estos años pasados, las escaladas del Annapurna, el Nanga Parbat o el K2, en esos mismos años, fueron logros alpinísticos superiores. Pero nada de eso hace menos grande a Edmund Hillary, ni oscurece su hazaña ni su magnífico historial.
Quizá se nos haga difícil llegar a calibrar lo que supuso su conquista del Everest. Baste señalar que todavía hoy Hillary es el único neozelandés vivo que aparece en un billete de banco de su país y es el único extranjero que ha merecido ser nombrado ciudadano de honor por el gobierno nepalí.
Un carácter menos firme o más sensible a la adulación habría, a buen seguro, sucumbido, sobran los ejemplos, y con méritos muy inferiores. Sin embargo, aquel joven apicultor que había aprendido a amar las montañas escalando las hermosas y difíciles cimas de su tierra, los Alpes neozelandeses, supo armarse de humildad y sabio relativismo para afrontar los continuos homenajes. Volvió al Himalaya en varias ocasiones y participó en la expedición transantártica de la Commonwealth en 1957.
Fue el primero en escalar el Ama Dablam, la montaña sagrada de los sherpas y una de las más bellas de la Tierra, y de los primeros en intentar el difícil Makalu (8.463 metros) que escalaría el extraordinario alpinista francés Lioel Terray. Tuvo un accidente muy grave, a partir del cual ya nunca sería el mismo y sufrió en su carne la mayor de las desgracias cuando su esposa y su hija murieron en un accidente aéreo en Katmandú.
Pero si tuviera que rescatar su actividad más intensa y longeva y meritoria yo escogería la de haber sido el primer alpinista en ayudar a los porteadores. Haber sabido mirarlos no sólo como mano de obra barata. Tras él hemos ido otros muchos, pero Hillary fue, en este apartado también, un pionero. A través de su fundación, se han construido numerosas escuelas y hospitales. Es de esa gente que ha hecho realidad los mejores valores de la montaña: la solidaridad, el esfuerzo, el sacrificio y haber sido alpinista viejo, antes que alpinista bueno.
Como me aconsejaba mi madre por haber sido sobre todo, y antes que una celebridad, una buena persona. Y es que el mayor logro de Edmund Hillary fue saber mantener vivo hasta el último día su corazón joven que soñaba con montañas sin imaginar siquiera que un día tocaría el cielo con los dedos. Hoy estoy triste, y ustedes quizás lo estén también, porque se nos ha muerto el último héroe.
Hace 11 años
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